El concepto historia de la
salvación, en su formulación explícita, tiene un origen reciente, pero su
contenido es tan antiguo como la religión bíblico-cristiana. La catequesis de
la Iglesia siempre ha tenido presente el plan salvífico de Dios, si bien han
variado los acentos, a favor o en contra, según concepciones ideológicas de la
filosofía o de la teología de la historia, claramente ligadas al tiempo en que
han nacido y de las que la misma catequesis, catequistas y catecismos han
podido estar influenciados. A lo largo de todo el pensamiento bíblico se
verifica que entre el pueblo que vive sus vicisitudes y el Dios que salva
existe una relación histórica. En la dinámica promesa-cumplimiento está
constituido el núcleo de la historia de la salvación. Bajo la clave de la
alianza lo confiesa Israel en el Antiguo Testamento (Dt 6,20-23; 26,1-11; Jos
24,1-13; Neh 9,7-25), y bajo la clave del reino lo anuncia Jesús y lo predica
la Iglesia en el Nuevo.
La historia de Dios es Tangencial
a la Historia Humana
«Dios, después de haber hablado
muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas,
en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo»
(Heb 1,1-2). La historia de la revelación de Dios a los hombres y en el mundo
tiene un proceso evolutivo, lento y progresivo; el credo cristiano no se basa
en esquemas abstractos de filosofía sobre la vida, sino en el hecho de que Dios
se ha manifestado en la historia y nos ofrece la salvación. Dios habla en la
creación, Dios habla en las situaciones más diversas de Israel, Dios habla en
Jesucristo, Dios habla por medio de la Iglesia, Dios habla dentro de nuestras
vidas.
El cristiano tiene la certeza de
que recibe la palabra de Dios en lo concreto de su existencia, como un
evangelio, como una buena noticia. Así: ¿cómo y con qué finalidad Dios se hace
palabra en nuestra historia humana y de qué manera esa palabra es reconocida en
el corazón y la inteligencia del hombre?; ¿en qué situaciones, en medio de qué
interrogantes vitales, de qué anhelos o de qué abandonos se sirve para manifestar
su plan de salvación?; ¿cuáles son los signos de los tiempos y qué valor hay
que atribuirles?. Esta revelación y su tradición en la Iglesia son una
experiencia viva; encuentran su expresión justa en la acción y en la reflexión,
en unos gestos y en unas palabras, en la densidad de vida de unos personajes o
de unos acontecimientos, en el seno de la Iglesia asistida y renovada por el
Espíritu de Jesucristo, a lo largo de toda la historia de la humanidad.
En efecto, la historia de Dios no
es paralela a la historia humana, sino que se hace tangencial a ella. El
espacio y el tiempo, en cuanto coordenadas históricas, han sido en el pasado,
son en el presente y serán en el futuro, momentos de la revelación de Dios; momentos
donde Dios se hace tangencial al hombre, manifestándole y ofreciéndole su
proyecto de salvación, esperando de él la respuesta de la fe en obediencia y
acogida. De ello son testigos cualificados Abrahán en el Antiguo Testamento,
María de Nazaret en el Nuevo y tantos evangelizadores en la Iglesia hoy. La
novedad del espacio-tiempo constituye el lugar teológico para escuchar el
designio salvífico de Dios para con el hombre. El cristiano, más aún el catequista,
ha de percibir ese designio en la palabra escrita (Biblia) y en la palabra
acontecida (vida diaria).
Hay en la Sagrada Escritura una
especie de vocación general que está definida con palabras claras y bellas:
«Dios quiere que todos los hombres se salven» (ITim 2,3-4). Esa vocación se
presenta siempre como una llamada teñida de resonancias salvadoras,
liberadoras, para el hombre y en el mundo. Así, la revelación del Éxodo, la
liberación de los madianitas, la pascua de Jesús o la acción misionera de la Iglesia
en pentecostés constituyen un misterio para el pueblo creyente. Y es que cada
vez que Dios manifiesta al hombre sus cualidades, que son la misericordia y la
fidelidad, cada vez que Dios se manifiesta como Dios en medio de la historia de
los oprimidos por cualquier causa y de los hombres que no encuentran sentido a
sus vidas, eso es un misterio.
EL MISTERIO DE SALVACIÓN. Así
pues, podemos decir que el misterio de salvación entreteje las páginas de la
Biblia, los siglos de la tradición y los documentos del magisterio, a través de
sus múltiples tradiciones, en ellos recogidas, y en su numerosa y rica variedad
de géneros literarios y de autores, cuyo objetivo no es otro que el de
manifestar la acción de Dios en la historia de unos determinados hombres, la
intervención en sus vidas. Intervención dirigida siempre a sacarlos de la
situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de
esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como
consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a
hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a
la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y
actúa en Jesucristo, y es el que pone en marcha toda la acción en la historia.
Esta intención, voluntad y deseo
de salvación en relación a los hombres, no es algo recóndito en el seno
misterioso de Dios, no es algo abstracto, etéreo, espiritualista. Es algo
concreto, palpable. Es una intención eficaz, que lanza a la acción, que pone
manos a la obra, y que se realiza no precisamente en la nebulosa de los
tiempos, sino en la historia concreta de los hombres y, actuándose en ella, se
hace presente, visible, experimentable: «Lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos
contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida,
pues la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella... eso
que hemos visto y oído, os lo anunciamos» (Jn 1,1-3).
Hechos concretos de la historia
de los hombres, de grupos humanos, de comunidades o pueblos, han sido vividos,
vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas
intervenciones salvadoras de Dios. Y como tales han sido transmitidas, de
palabra y por escrito, en la predicación y en la oración, en los santuarios o
templos, en las tiendas, casas o areópagos públicos, como objeto de confesión
de fe o motivos para la alabanza, la bendición y la súplica.
Así ocurrió con la emigración de
los patriarcas, con la salida de los descendientes de Jacob de Egipto, con la
alianza del Sinaí, la peregrinación por el desierto, la entrada en Canaán, la
instauración de la monarquía en David y su posterior destrucción; con la
existencia de esos voceros de Dios que han sido los profetas, con el destierro
a Babilonia y su retorno del mismo. Así aconteció también con el nacimiento de
Jesús de Nazaret, su manifestación y aparición por los caminos de Palestina
como pregonero de la llegada del reino de Dios, con su labor de aliviador de
las necesidades de los hombres, con su pasión y muerte bajo Poncio Pilato y con
su resurrección de entre los muertos.
Así es también vivida y vista la
experiencia de envío y recepción del Espíritu Santo por parte de la comunidad
de discípulos, con la transformación de los mismos en testigos de Cristo vivo y
resucitado; la del envío de estos testigos hasta los confines de la tierra,
guiados por el mismo Espíritu, para anunciar a los hombres la salvación obrada
por Cristo y hacer-los beneficiarios de la misma incorporándolos a él. Estos
hechos y otros semejantes son los que resumen la fe de Israel y de la Iglesia;
en cuanto tales, se hallan concentrados y expresados en las confesiones de fe o
credos formulados una y otra vez y proclamados constantemente en la liturgia. Las
intervenciones salvíficas de Dios en la historia de los hombres tienen su
centro y culmen en Cristo. La salvación, en efecto, se orienta a «recapitular
todas las cosas en Cristo», a hacer de todos los hombres una sola familia, la
familia de Dios, haciéndolos «hijos en el Hijo», insertándolos íntimamente en
él, incorporándolos a él (cf Ef 1,3-10; Col 1,13-20).
REVELACIÓN E HISTORIA DE LA
SALVACIÓN. No se halla en la Biblia el término historia, ni el de revelación
aparece en el sentido amplio de la teología moderna; pero el lazo entre lo que
llamamos revelación divina e historia de la salvación juega en la Biblia un
papel central. El Vaticano II, retomando la doctrina de Trento y del Vaticano
I, ha restablecido la relación entre revelación y verdad salvífica y la ha
subordinado a la mención de Cristo, plenitud de la revelación. Con la vuelta a
las fuentes de la Biblia y de los Padres, determina la orientación
histórico-salvífica como esencial en la explicación, incluso catequética, de la
fe. En Dei Verbum no aparece ya la revelación como un cuerpo de verdades
doctrinales comunicadas por Dios, contenidas en la Escritura y enseñadas por la
Iglesia, sino «como una automanifestación de Dios en la historia de la
salvación, de la cual Cristo es la cumbre». Es esto lo que transmite el
evangelio consignado en las Escrituras y confiado a la tradición y al
magisterio de la Iglesia. Y así: 1) La revelación es el acto de Dios que se
manifiesta a sí mismo para introducir a los hombres en su propia vida; más
concretamente, es el acto de Dios Padre que se manifiesta por su Hijo
encarnado, a fin de llevar a los hombres a la salvación en su Espíritu Santo.
2) Esta automanifestación de Dios se hace de dos maneras: por medio de hechos
(acontecimientos) y por las palabras que los interpretan; es decir, Dios no se
da a conocer en un cuerpo de verdades abstractas, sino en una historia que se
vive, se palpa, se siente; hechos y palabras son indisociables en esta
comunicación; por ejemplo, el hecho de la salida de Egipto es un dato histórico
en tiempos de Ramsés II, y para los israelitas se dice: Dios sacó a su pueblo
de Egipto; 3) En esa manifestación de Dios, Jesucristo es, a la vez, el
mediador supremo y la plenitud de toda revelación. Lo que se dio a conocer por
Moisés y los profetas era una preparación de su evangelio.
Así pues, el hecho de que «el
plan de la revelación se realiza por obras y palabras», da origen al importante
concepto teológico de historia de la salvación. La razón profunda de la
historia bíblica radica en el hecho, único entre las religiones del Antiguo
Próximo Oriente, de que el yavismo es una religión histórica. La Iglesia
siempre ha afirmado el carácter histórico de su fe (Jesucristo se encarnó de
María Virgen... fue muerto y sepultado... resucitó al tercer día de entre los
muertos...). El Vaticano II restableció en toda su fuerza el realismo funcional
y existencial, histórico y cósmico, de la salvación cristiana tal como la
presenta la Biblia.
Las manifestaciones de Dios en la
historia comienzan con los progenitores del género humano, prosiguen con los
períodos históricos sucesivos, y alcanzan su culminación en Cristo Dios decidió
entrar de un modo nuevo y definitivo en la historia humana al enviar a su Hijo
con un cuerpo semejante al nuestro. La historia de la salvación se encuentra
íntimamente relacionada con el misterio de Cristo. «Quiso Dios, con su bondad y
sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio (sacramento) de su
voluntad (cf Ef 1,9). Por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu
Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza
divina (cf Ef 2,18; 2Pe 1,1)». Con estas palabras manifiesta el Concilio la
unidad concreta existente entre la revelación y la salvación, y al mismo tiempo
da a conocer el doble objeto de la revelación: por un lado, hacer que tengamos
acceso al Padre y seamos partícipes de su naturaleza divina; y por otro,
mostrarnos el camino que lleva a la felicidad eterna, a la salvación.
El plan divino de la salvación
denota y comprende todo cuanto Dios ha dispuesto, ordenado y hecho para la
salvación de la humanidad en el Antiguo y Nuevo Testamento, y su modo de
proceder en este sentido. Dios realizó esta economía de la salvación con hechos
que se tradujeron en obras y en palabras íntimamente conexas entre sí, de
manera que las obras que Dios realiza en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras
significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican el misterio
contenido en ellas.
JESUCRISTO, CENTRO Y CULMEN DE LA
HISTORIA DE LA SALVACIÓN. La historia puede considerarse como escenario de la
revelación, es decir, esta sucede en un tiempo y espacio determinados; está
sometida a las coordenadas de la historia. Asimismo, la historia es objeto o
contenido de la revelación. En el credo que confesamos, hay artículos de la fe
que son hechos históricos: Jesucristo nació en tiempos de Herodes, padeció en
tiempos de Poncio Pilato, murió, etc. En Antiguo Testamento: la liberación de
Egipto, la entrada en la tierra prometida y otros muchos hechos son
reveladores, son medios de salvación.
En todas las páginas de la Biblia
aparece Dios en contacto con los hombres a los que había creado (Adán) y
escogido (Abrahán, Moisés, profetas, etc.), a los que se revela y a favor de
los cuales interviene (vocación de Abrahán, salida de Egipto, vuelta del
exilio...). Así pues, a Dios se le conoció «por la experiencia histórica de su
presencia». Por eso Dios aparecía como el Dios viviente y actuante. Pero la
verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta
por la revelación de Cristo, que es, a un tiempo, mediador y plenitud de toda
la revelación. En él se cumplieron todas
las Escrituras, en él se realizó el designio divino. Dios fue preparando a
través de los siglos el camino del evangelio (cf Heb 1,1). Jesucristo, con su
presencia y manifestación, con sus palabras y obras... lleva a plenitud la
revelación, y la confirma con el testimonio divino: a saber, que Dios está con
nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para
hacernos resucitar a la vida; en definitiva, para salvarnos.
Características de la Historia de
la Salvación
PLAN SALVÍFICO DE DIOS. El
concepto de historia de la salvación presupone un acontecimiento en el que se
vislumbre el desarrollo de un plan salvífico de Dios. Se da una historia de la
salvación porque Dios utiliza la historia de la humanidad para despertar en el
hombre el ansia de salvación y ponerlo en la decisión de aspirar a la salvación
que se le ofrece. Dios hace comprender al hombre caído lo relativos y caducos
que son los bienes de este mundo, invitándole a buscar los bienes espirituales
e imperecederos de la salvación escatológica, que Dios otorgará a los que
acepten las condiciones que exige para la consecución de esta salvación. De
esta manera, por parte del hombre, se da una historia de deseos de salvación y
de esfuerzos para conseguirla; por parte de Dios, se da una historia de
intervenciones divinas en la historia de la humanidad, que tienen como fin
devolver al hombre la plena salvación perdida por el primer pecado. El plan
salvífico de Dios se manifiesta por el hecho de que eligió a ciertos personajes
y a un pueblo que demostraran a los otros hombres lo que significaba vivir en
comunidad con Dios y a través de los cuales les llegaría la bendición que les
daría a conocer lo que significaba la salvación que se les había prometido. Por
su elección, forma Dios una comunidad, su pueblo, como heredero y garante de
las promesas de salvación para todos los que quieren pertenecer a esta
comunidad.
HISTORIA HUMANA. Aunque el plan
salvífico de Dios se realice en el interior de la historia, en acontecimientos
que pertenecen a la historia de la humanidad, la historia de la salvación en
sentido bíblico no debe identificarse simplemente con la historia de la
humanidad. Podemos hablar de la historia de la salvación en el sentido de que
Dios ha demostrado en hechos concretos de la historia que otorga o deniega la
salvación. Toda la historia está en manos de Dios, pero solamente se consideran
aquellos hechos que son decisivos para la salvación del hombre. Muy pocas cosas
recoge la Biblia de las muchas que sucedieron durante el inmenso período de la
historia primitiva (Gén 1-11). Pocas son las noticias del período histórico que
se extiende desde la vuelta de la cautividad hasta la aparición de Juan el
Bautista. Ciñéndonos a la vida de Jesucristo, poco sabemos de su infancia y de
los treinta años que vivió en Nazaret, etc. Objeto de la historia de la
salvación son aquellos acontecimientos, instituciones (monarquía, profetismo,
culto), personas, o sólo aquellos acontecimientos históricos, en los cuales los
hagiógrafos han reconocido la acción salvífica de Dios y la consiguiente
reacción humana. Cuáles son en concreto esos hechos que forman el contenido del
plan salvífico divino es difícil precisarlo; pero todos los que se mencionan en
la Biblia directa o indirectamente guardan una relación interna entre sí y, por
lo mismo, entran en cierta manera en el plan salvífico de Dios. Entre historia
de la salvación e historia profana, aunque sean distintas, existe una relación
íntima, pues Dios está encarnado e inserto en la historia.
FUNCIÓN DE LA COMUNIDAD CREYENTE.
Los hechos aislados no forman una historia, sólo forman historia si se graban
en la memoria de los hombres y se transmiten a las generaciones venideras. De
ahí que únicamente pueda hablarse de historia de la salvación cuando los hechos
salvíficos y su significación de conjunto, conocidos por los hombres como
tales, son reconocidos como significativos para la propia generación y para los
que han de venir y que, por esto mismo, se retransmiten. Sólo se da historia de
salvación cuando una comunidad se considera a sí misma como pueblo de Dios, que
evoca a la memoria los hechos salvíficos del pasado para comprenderse a sí
misma y comprender la relación que tiene con Dios, con el fin de recorrer el
camino que la lleva a la salvación prometida. La comunidad que se considera
pueblo de Dios, así como aquellos a los que está confiada la obligación de
transmitir la tradición, escogen aquellos hechos que consideran importantes
para la historia de la salvación, y los interpretan de manera que muestren a
los venideros el camino que lleva a la salvación. Esta tradición e
interpretación es susceptible de un progreso histórico si tenemos en cuenta
nuestra situación existencial.
En la historia humana y en la
historia de la salvación llegamos hasta los hechos sólo a través de testimonios
y de documentos que siempre dan una interpretación de los hechos. Si queremos
comprender la historia de la salvación, debemos tener confianza en los que
fueron testigos de la misma y en los que nos la transmitieron, considerar
atentamente la interpretación que le dieron y examinar qué nos dice a nosotros,
hombres y mujeres del siglo XXI, lo que nos ha sido transmitido.
FUNCIÓN DE LOS TRANSMISORES. En
los relatos sobre los hechos, los que los transmiten no solamente exponen su
pensamiento y el de la comunidad, sino que en sus palabras manifiesta Dios su
propia obra. Dios se sirve de transmisores o hagiógrafos humanos para
dirigirnos, a través de ellos, su propia palabra; por ejemplo Isaías, Oseas,
Juan Bautista, etc. Los que nos han retransmitido la historia de la salvación
hablan no sólo como testigos de la obra de Dios en la historia, sino también en
nombre del Dios que obra en la historia. Las palabras de los mensajeros
bíblicos (profetas, hombres de Dios) y hagiógrafos son profecía, esto es, una palabra
del mismo Dios dirigida a nosotros, que nos coloca en una disyuntiva y exige
nuestra respuesta.
ESQUEMA PROMESA-CUMPLIMIENTO.
Porque la salvación se perdió por el pecado y porque solamente el hombre la
recuperará en toda su plenitud al fin de los tiempos, la historia de la
salvación se define por el esquema de promesa y cumplimiento. Ya en la historia
del pasado se cumplieron algunas promesas (posesión de la tierra prometida a
los patriarcas, muchas profecías que se cumplieron en el Antiguo y otras en el
Nuevo Testamento). Mientras la historia de la salvación no llegue a su término,
no está seguro el hombre de que será salvado. Para cada hombre, aun después de
la resurrección de Cristo, la salvación es una promesa (puede rechazar el
ofrecimiento de salvación que Dios le hace).
La acción salvífica de Dios en el
pasado y el hecho salvífico de la Iglesia, que durará hasta el segundo
advenimiento de Cristo, dan al hombre la seguridad de que Dios está siempre
dispuesto a dar la salvación sin limitaciones. Lo que Dios ha hecho en la
historia del pasado es una sombra, un tipo de lo que Dios hará. El que
fundamentalmente reconoce el plan salvífico y una economía de salvación como
historia de salvación, no podrá rechazar la tipología como categoría exegética.
El concepto de plan salvífico presupone que los acontecimientos salvíficos
posteriores acontecen según un plan preconcebido.
SENTIDO DE LA HISTORIA DE
PERDICIÓN. La historia de la salvación se caracteriza también por reveses y
contratiempos, por fracasos de organizaciones e instituciones salvíficas.
Leemos en el Antiguo Testamento que muchas veces Dios tiene que comenzar de nuevo
porque el hombre ha rechazado su oferta de salvación; que excluye de la promesa
a personas y grupos que le correspondían directamente; que encauza la vida de
Israel por otros derroteros; que reprueba unas instituciones y crea otras; pone
en cuestión la existencia de la alianza (en el desierto, en el exilio), etc.
Las promesas hechas al pueblo judío las traspasa a la Iglesia, sin reprobar
completamente a Israel. Con Cristo se creó una nueva institución. Las profecías
no sólo anuncian la promesa de salvación, sino también el anuncio del juicio.
Por lo mismo, la historia de la salvación tiene también una contrapartida en su
historia de la perdición. Historia de la salvación quiere decir llamada a la
decisión entre la salvación y la reprobación.
HISTORIA SALVÍFICA Y CELEBRACIÓN.
La historia de la salvación es la historia que se hace presente en el culto.
Así sucedía en el culto del Antiguo Testamento y sigue en la liturgia de la
Iglesia. El año litúrgico es la recapitulación de toda la historia de la salvación.
Israel se reunía en los santuarios (Gilgal, Betel, etc.), y allí recordaba lo
que Dios había hecho a su pueblo; cosa que hoy seguimos haciendo en la liturgia
de la Iglesia, teniendo presente la obra de Jesucristo. En este sentido, se
hace necesaria una catequesis mistagógica.
Presupuesto todo lo dicho,
podemos describir la historia de la salvación como la historia de los hechos
salvíficos de Dios, en los cuales manifiesta su plan salvador, prometiendo al
hombre la salvación que perdió por el pecado para el tiempo escatológico, a
cuya promesa puede el hombre responder con fe o sin ella. Es la historia que
han transmitido los órganos de la tradición que Dios mismo escogió y que han
hablado en su nombre. Es la historia que contiene los hechos salvíficos del
pasado, que por las categorías de promesa-cumplimiento, tipo-antitipo, enlazan
con la salvación que recibirá su culminación con la segunda venida de Cristo.
Función Histórica de la Experiencia Religiosa
La importancia de la ley
estructural, que une en la revelación los acontecimientos y las palabras, exige
que hablemos del papel de mediación que la experiencia religiosa desempeña,
para tomar conciencia del valor revelador de los acontecimientos. Cuando se
habla de acontecimientos no hay que pensar, como regla general, en hechos
extraordinarios o metahistóricos (magnalia Dei), cuyo carácter de revelación
saltaría a los ojos de todos, incluso sin las disposiciones de la fe, y sin
necesidad de que la palabra los iluminase.
Aun sin anteponer a la
intervención especial de Dios trabas racionalistas, la Biblia nos ofrece las
maravillas de Dios (mirabilia Dei) más bien como realidades que sólo la
conciencia creyente reconoce como tales en los acontecimientos de la historia,
y que por lo mismo necesitan de la interpretación profética. Por otro lado, una
observación semejante vale para las palabras, pues la palabra de Dios se
encarna, por vía ordinaria, en los procesos humanos de la reflexión y de la
oración, en la búsqueda apasionada que la conciencia religiosa, de Israel y de
la Iglesia, emprende para captar en su propia existencia las intervenciones de
Dios. En este sentido, la catequesis tiene la gran tarea de educar en la
experiencia religiosa.
HECHOS Y PALABRAS. El Directorio
general para la catequesis afirma que «el carácter histórico del mensaje
cristiano obliga a la catequesis a presentar la historia de la salvación por
medio de una catequesis bíblica que dé a conocer las obras y palabras con las
que Dios se ha revelado a la humanidad». Revelación-acontecimiento y revelación-palabra
acaecen, por tanto, en el interior de esa compleja experiencia religiosa que
lleva a Israel y a la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu, a leer en su
historia los signos de la presencia y de la acción de Dios. La palabra de Dios
sólo se realiza a través de una experiencia de Dios, que permite que el
pensamiento humano sea iluminado por Dios y que en las formas humanas del
lenguaje se convierta en vehículo de la revelación. Palabras y acontecimientos
tienen sentido en la conciencia de los hombres que se abren a la llamada
personal de Dios y que responden activamente a ella.
HISTORIA SAGRADA E HISTORIA DE
SALVACIÓN. Estas consideraciones han de ponernos en guardia contra esa
deformación de la palabra revelada que consiste en reducirla a simple
comunicación de palabras o a una narración material de los hechos (Historia
sagrada). En la idea de la historia de la salvación va implícita la palabra
interpretativa que, brotando del seno de la experiencia religiosa, vivifica la
historia y hace de ella un lugar en que Dios se revela, se da y se hace
presente: «El elemento que distingue a la historia de la salvación de la
historia profana, y hace de aquélla historia de la salvación en sentido estricto,
es la palabra divina en cuanto que interpreta de un modo absoluto una
determinada historia; mientras que, normalmente, por historia de la salvación
se entiende otra cosa, a saber: determinadas acciones divinas que causan la
salvación del hombre» (A. Darlap). Lo dicho aclara cuál es la función histórica
de la privilegiada experiencia religiosa de Israel y de la Iglesia, que tiene
una función vicaria y misionera al servicio de toda la humanidad, llamada en su
totalidad a reconocer el proyecto de Dios y a aceptarlo. La historia particular
de la revelación divina (historia de la salvación testimoniada en Israel y en
la Iglesia) está en función de la historia general de la revelación y de la
salvación, es coextensiva al recorrido histórico de toda la humanidad.
TAREA DE LA CATEQUESIS. Así pues,
vistos algunos de los aspectos fundamentales de la teología de la revelación,
que son la base para comprender el quehacer catequético, la catequesis
propiamente dicha deberá reflejar en su propia esencia las características
fundamentales de la palabra divina, tal como se manifiesta concretamente en la
historia. La catequesis de la Iglesia, en cualquiera de sus formas, y según los
diversos destinatarios, constituye siempre un momento de la realización del
misterio de la poderosa palabra de Dios, que sigue interpelando al hombre e
invitándolo a entrar en su proyecto de salvación sobre la humanidad. En medio
de su sencillez, tanto en sus expresiones como en sus medios o destinatarios,
la catequesis es siempre un signo eficaz de algo mucho más profundo y más alto,
porque es un instrumento de la economía divina de la salvación.
Etapas de la Historia de la Salvación
La historia de la salvación se
puede dividir en tres grandes tiempos históricos: El tiempo de Israel, el
tiempo de Jesucristo y el tiempo de la Iglesia.
Algunos autores distinguen los
tres tiempos, destinándolos a cada una de las personas de la Trinidad: el
tiempo anterior a Cristo constituye el evangelio del Padre; el contemporáneo a
Cristo, el evangelio del Hijo; y el posterior a Cristo, el evangelio del
Espíritu Santo. En cada uno de los tres grandes tiempos históricos hay algunos
momentos especialmente significativos (kairoi) de intervención de Dios. Son de
señalar en el Antiguo Testamento: la creación, el pecado, la promesa, el éxodo,
la alianza y el profetismo. La revelación de Dios en tiempos anteriores a
Cristo era progresiva, preparatoria.
En la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su Hijo, la Palabra eterna..., para que habitara entre los hombres
y les contara la intimidad del Padre (cf Jn 1,1-18). Jesucristo, la Palabra
hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza
la obra de la salvación que el Padre le encargó. El, con su presencia y manifestación,
con sus palabras y obras, con signos y milagros y, sobre todo, con su muerte y
resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a la plenitud toda
la revelación. Después de Cristo, en el tiempo de la Iglesia, los apóstoles
transmitieron de palabra, y algunos por escrito, el evangelio que habían
recibido de Jesucristo, y nombraron como sucesores suyos a los obispos,
dejándoles su encargo en el magisterio. Esta tradición apostólica va creciendo
en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo y va caminando, a través de los
siglos, hacia la plenitud de la verdad, hasta que llegue la gloriosa manifestación
de Jesucristo nuestro Señor.
El carácter propiamente histórico
de la salvación se basa precisamente en el convencimiento de que la iniciativa
de la elección, de la iniciación de un pacto de alianza con Israel y, por medio
de Jesucristo, con la Iglesia, es un acto unilateral por parte de Dios, llevado
de su amor. Ambas partes quedan religadas (religión) e irremisiblemente dicha
religación queda imbricada en su historia: «Vosotros seréis mi pueblo y yo seré
vuestro Dios». Esta salvación no se ha realizado de improviso, se desarrolla a
lo largo de los tiempos hasta llegar a su plenitud.
EL TIEMPO DE ISRAEL. Se inicia
con la creación del mundo por Dios, con la que se prepara el escenario de la
acción y se ponen en escena los personajes de la historia. Con ella se pone en
marcha y comienza a actuar el plan de salvación.
Tiene una primera etapa en su
realización. Dios elige a Abrahán y, en él, a su descendencia, como el ámbito
privilegiado de su actuación salvífica. El es «el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6). Los descendientes de Abrahán experimentan
la acción salvífica de Dios especialmente en la liberación de la esclavitud de
Egipto (Ex 12-15) y en la alianza del Sinaí (Ex 19-20), que constituyen como el
acta de nacimiento de Israel como pueblo. Entonces, miran al pasado y describen
su prehistoria de salvación: creación, pecado y promesa. Después, y a lo largo
de trece siglos, este pueblo va siendo testigo de múltiples y continuas
intervenciones de Dios. El se les va haciendo presente en su historia de
múltiples maneras, les habla, los dirige y guía por medio de personas —jueces,
reyes y, especialmente, por medio de sus siervos los profetas–, los va
acostumbrando a sus caminos, los va llevando a descubrir y aceptar sus
procedimientos, los va encaminando hacia Cristo. Es el Antiguo Testamento, la
alianza antigua, la etapa de preparación.
EL TIEMPO DE JESUCRISTO. «Al
llegar la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), la etapa de preparación deja paso
a la de la realización de la salvación, que tiene lugar en Jesucristo, en su
vida y en su muerte-resurrección. Después de haber hablado Dios muchas veces y
en diversas formas, habla a los hombres en su Hijo, que es su Palabra, la
última, la perfecta, la definitiva (cf Heb 1,1-2; Jn 1,1-14). Después de haber
realizado salvaciones parciales, pequeñas, numerosas, deficientes,
provisionales, «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley,
para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
condición de hijos adoptivos. Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado
a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De suerte
que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por la
gracia de Dios» (Gál 4,4-7; cf Rom 8,14-17). Con él queda instaurado el reinado
de Dios en el mundo, objeto de la promesa y de la esperanza de Israel desde la
época de David (cf Mt 3,2; 4,17; 12,28; Lc 10,9; 17,21; 23,42; Col 1,13).
Después de haber recibido Dios parciales y siempre deficientes glorificaciones
por parte de los hombres, que tienen tendencia a arrebatarle constantemente esa
gloria para atribuírsela a sí mismos y a las obras de sus manos (cf Is 43,23;
29,13; Rom 2-3), Cristo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, le
ofrece reverencia consumada y glorificación perfecta, realizando así también la
salvación de los hombres (cf Flp 2,6-11; Heb 5,5-10; Rom 5,19; Jn 14,13;
17,1-10). Es el Nuevo Testamento, es la hora del reino de Dios; es la etapa de
realización de la salvación.
EL TIEMPO DE LA IGLESIA. La
intervención de Dios en la historia culmina en Cristo, pero no termina en él.
Con su resurrección-glorificación, aunque ha llegado el fin de los tiempos, no
ha llegado su final, es el ya, pero todavía no. Con ella se abre una nueva
etapa en la que Cristo vivo se hace actuante, presente en la historia. Y se
hace visible en y por medio de la comunidad de sus discípulos, de la Iglesia,
el nuevo pueblo de Dios formado de todos los pueblos y razas, lenguas y
naciones que se reúnen en el nombre del Señor y por la fe en él, que se dedican
a recordar la salvación obtenida por él, a anunciarla, a celebrarla gozosamente
y a realizarla en favor de todos los hombres a lo largo de todos los siglos.
Es la etapa de la Iglesia, el
tiempo en que vivimos, que se extiende como prolongación del de Cristo, desde pentecostés
hasta la parusía o retorno del Señor; cuando él vuelva de nuevo gloriosamente,
consumará la salvación, manifestando pública y solemnemente la obra salvadora
que ha ido actuando en la historia, desconocida a veces, menospreciada en ocasiones,
e incorporará a su obra salvífica a toda la creación. Es, pues, el tiempo de la
Iglesia, la etapa de la aplicación de la salvación hasta su consumación al
final de la historia.
Material extraído del libro " La palabra de Dios en la historia de los hombres", Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao 1991.
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