La Iglesia primitiva Siglos I al III
Desde un punto de vista
teológico, la Iglesia fue fundada el primer Viernes Santo, aunque en realidad
no se fundó en un solo acto, sino paso a paso. El proceso fundacional empieza
ya cuando Cristo llamó a los apóstoles, prosigue con la designación de pedro
como piedra fundamental de la Iglesia, sigue con la instauración de los
sacramentos, y llega a su consumación cuando los apóstoles, después de la
Resurrección, empiezan a poner en marcha los mandatos del Maestro.
A partir de la época apostólica
observamos como el mapa se va llenando con los nombres de nuevas comunidades de
fieles, hasta que a finales del siglo III apenas queda en todo el Imperio
Romano una sola ciudad importante en la que no se encuentren cristianos.
Como es lógico, en toda nueva
corriente aparecen, además de los favorecedores, los inconformes y los
detractores. Así ocurrió en el siglo I con los gnósticos que, en lugar de ser
una secta separada del cristianismo, era una corriente espiritual dentro de la
Iglesia, quienes tenían la penosa impresión de que el cristianismo era
demasiado superficial y simplista, en lugar de considerarla como realmente era:
un complejo de verdades inmutables y reveladas. Ellos prefirieron elaborar su
propia filosofía, adecuándola a lo que los gnósticos llaman un conocimiento más
profundo. Los predicadores gnósticos fueron excomulgados por los primeros
papas, y el movimiento perdió impulso definitivamente en el siglo III gracias a
la demostración de que la doctrina cristiana era de carácter revelado.
Pero el primer cisma grave de la
iglesia primitiva acaeció después de la muerte del Papa Ceferino en el año 217,
siendo su promotor Hipólito, quien estaba considerado como el mejor teólogo de
la iglesia cristiana de aquella época.
El Papa Calixto invitó a Hipólito
a justificarse sobre un punto doctrinal y, al negarse a ello, fue excomulgado.
Hipólito entonces organizó una comunidad rival y acusó al papado de relajación
moral. El cisma siguió después del martirio del papa Calixto y continuó bajo el
papado de sus sucesores, Urbano y Ponciano. Al fin Hipólito se reconcilió con
el Papa Ponciano en el año 235 a raíz del destierro de ambos a Cerdeña,
ordenado por el emperador romano Maximino el Tracio, motivado precisamente por
la pugna entre ambos personajes.
Los tres primeros siglos de la
historia de la Iglesia reciben a menudo el nombre de época de las persecuciones
y también el de época de los mártires. Así como hasta el siglo III las
persecuciones eran individuales, al igual que las sentencias, en el siglo III
son los emperadores quienes desencadenaron persecuciones en masa para aplacar
así los sentimientos hostiles del pueblo.
Las principales persecuciones
dentro del siglo III fueron ordenadas por los propios gobernantes, tales como
Séptimo Severo (202) prohibiendo conversiones al cristianismo, Máximo el Tracio
(235) contra los obispos, Decio (250) contra los sospechosos de ser cristianos,
y Valeriano (258) contra los obispos y toda reunión cristiana.
El caso de Diocleciano fue muy
curioso, puesto que después de permitir por más de cuarenta años la propagación
del cristianismo, se dejó convencer en el 303 por el emperador romano Galerio
para iniciar una gran persecución. Sin embargo en el 311, antes de su muerte,
el propio Galerio ordenó suspender la persecución y devolver los bienes
confiscados a la iglesia cristiana. De hecho, cuando Constantino subió al trono
del Imperio Occidental después de la división del Imperio Romano en Oriente y
occidente a finales del siglo III, la persecución ya había finalizado.
Lo que sí hizo Constantino fue
imprimir un giro a la política imperial en el sentido de hacerla favorable a
los cristianos, y de conceder a la Iglesia su privilegiada situación dentro del
Imperio, lo cual excluyó para siempre toda posibilidad de que resucitaran las
leyes de persecución. Esto realmente es lo que convierte a Constantino en el
verdadero liberador de la Iglesia.
Poco después de emitir el edicto
favorable a los cristianos, Galerio murió y su sucesor, Licinio, quien
gobernaba el imperio oriental, lo menospreció y continuó la persecución en sus
dominios. Al contrario hizo Constantino, quien veló para que en el Imperio
Occidental los cristianos gozaran de libertad absoluta de culto.
De esta forma ocurrió que
mientras en el Imperio Occidental florecía el cristianismo, en el Imperio
Oriental proseguían las persecuciones contra los cristianos.
El edicto de Milán, Iglesia de los Siglos IV al XII
En el año 313, Constantino se
reunió en Milán con el emperador Licinio. Por medio de lo que se conoce como el
"Edicto de Milán" ambos se pusieron de acuerdo para extender la
libertad religiosa a todo el Imperio. Sus conclusiones fueron publicadas en
todo el Imperio y reñían el carácter de una declaración de libertad religiosa,
tanto para los cristianos como para los paganos.
Pero Licinio traicionó su palabra
y de nuevo persiguió a la Iglesia dentro de sus dominios orientales. Por ello
Constantino le declaró la guerra y le venció en el año 323, uniendo así el
Imperio bajo un solo emperador. Después de esta victoria Constantino se declaró
cristiano y expresó su deseo de que todos sus súbditos se convirtieran al
cristianismo.
En esta época la religión no era
una opción demasiado personal; lo normal era que el súbdito siguiera la
religión de su emperador, por lo cual hubo miles de bautizados, pero sin una
conversión auténtica y profunda, sin convicción ni compromiso. Ello originó que
la Iglesia se viera inundada por una gran masa sin formación, cuyo gran número
debilitó la vida intensa que había tenido la Iglesia; restó compromiso a los
cristianos y dio la idea de que ser cristiano era sólo practicar algunos actos
y ritos religiosos, preocupándose más por cuestiones externas, tales como
ritos, leyes, templos, etc., pero sin ninguna convicción íntima y espiritual.
Esta nueva situación empezó a
elevar la escala de posiciones dentro de la Iglesia, por lo que el Papa llegó a
ser una especie de emperador espiritual, mientras que Constantino era el
emperador terrenal. Esta dualidad de emperadores planteó el problema de la
relación iglesia-estado ya que había que dirimir a quién le correspondía la
autoridad, y quién debía estar sujeto al otro.
En la misma época surgieron
varias herejías, o sea, doctrinas erróneas, tales como el arrianismo, que
negaba la divinidad de Jesús; el monofisismo, que negaba que en Jesús pudieran
coexistir dos naturalezas, la humana y la divina; y el monotelismo, que negaba
que en Jesús pudiera haber dos voluntades, la humana y la divina.
Estas herejías dieron al
Emperador Constantino el motivo para involucrarse en los asuntos internos de la
Iglesia, incluso en la propia doctrina, interesado ante todo por mantener la
paz en la Iglesia. A tal fin convocó el Concilio de Nicea en el año 325 con el
propósito de combatir el arrianismo, como consecuencia de lo cual Arrio y otros
dos obispos libios fieles suyos fueron excomulgados. En este mismo Concilio se
instituyó el Credo, aun cuando se amplió posteriormente en el primer Concilio
de Constantinopla, en el año 381 de nuestra era.
A pesar del interés de
Constantino por mantener incólume el espíritu del cristianismo, no deseaba
regentar la Iglesia; era demasiada alta la opinión que de ella tenía y sólo
quería ser su bienhechor.
Constantino murió el año 337 y le
sucedió su hijo Constancio, más inclinado hacia el arrianismo que hacia el
cristianismo. Constancio murió el 361 siendo sucedido por Juliano, quien
promulgó una serie de disposiciones hostiles hacia los cristianos. Después de
cortos períodos gobernados por sus sucesores, en el 379 el poder recayó
finalmente en Teodosio, cristiano practicante y convencido, quien en el año 380
convocó el primer gran Concilio de Constantinopla, por medio del cual se
erradicó definitivamente el arrianismo de los límites del Imperio, y se
completó además el Credo de Nicea.
Pero también este Concilio
provocó distanciamientos dentro de la Iglesia, algunos de ellos ya iniciados
desde Nicea, como es el caso del monofisismo mencionado anteriormente. Este
movimiento era ya fuerte en oriente, por eso cada condena por herejía
significaba un mayor distanciamiento entre Oriente y Roma. El papa excomulgaba
a un obispo, y éste excomulgaba al Papa. Y así se sucedían condenas, cárceles y
destierros en ambos lados, según el emperador fuera monofisita o cristiano.
A fines del siglo V la mitad de
Oriente era hereje (monofisita) y la otra mitad, aunque con la fe católica, era
cismática; separada de Roma. Definitivamente Oriente estaba perdido para la
Iglesia Católica romana. Sin embargo, en medio de toda esa confusión de
teorías, teologías y luchas de poder, floreció la vida monacal, que ya había
iniciado su caminata a finales del siglo IV.
También destacan de manera
admirable los Santos Padres de la Iglesia, cuyas enseñanzas difícilmente podrán
ser superadas. Su labor consistió principalmente en explicar el pensamiento
cristiano con un lenguaje exacto y científico, que redujera la posibilidad de
errores de interpretación. Podemos mencionar entre ellos a San Atanasio, San
Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Los grandes Padres
de la Iglesia crearon una nueva cultura, transformando orgánicamente la
milenaria cultura clásica en cultura cristiana.
Pero la Iglesia iba a empezar a
sumergirse en un tenebroso túnel a causa del proceso conocido como la invasión
de los bárbaros. Eran pueblos nómadas, caracterizados por su falta de cultura y
por su salvajismo. A ellos se debe la desmembración del Imperio en miles de
Principados y jurisdicciones. Con ello la Iglesia, que había sido eminentemente
urbana, debía volverse rural e iniciar su inserción en el mundo occidental.
Pero mientras tanto, los
concilios se sucedían. En el año 431 se convocó el Concilio de Éfeso, donde se
confirmó que María es la Madre de Dios y no solo de Jesucristo. En 451 se
convocó el Concilio de Calcedonia en donde se decidió que Cristo es verdadero
Dios y verdadero Hombre. En 553 se celebró el segundo Concilio de
Constantinopla, de donde surgió la discutible condenación de autores
cristológicos.
A partir del nacimiento del
Islamismo, fundado por Mahoma, y su posterior expansión por medio de sus
conquistas a partir del 662, el cristianismo perdió terreno, agravado ello por
la división que ya existía entre la Iglesia Católica de habla latina y la
Bizantina de habla griega.
El sexto concilio ecuménico, el
tercero de Constantinopla, celebrado el año 680, dictó que Cristo tiene
voluntad humana y libre, declarando como anatema al Patriarca Sergio y al Papa
Honorio, ya entonces fallecidos. El año 787, en el segundo Concilio de Nicea,
se aprobó el culto a las imágenes, dando fin con ello a la iconoclastia
iniciada el 726 por el Emperador León III el Isáurico, quien prohibió el culto
a las imágenes.
Cuando los francos expulsaron a
los bárbaros, entregaron al Papa los territorios recuperados, con lo cual éste
se convirtió también en emperador terrenal, además de serlo también espiritual.
Ello trajo graves consecuencias para la vida de la Iglesia: surgió la
aristocracia clerical. Esta situación se prolongó hasta que en navidad del 800
el Papa León III coronó como Emperador a Carlomagno y se sometió a él, mientras
que el Emperador instituía como líder espiritual de sus dominios al Papa. Pero
Carlomagno se guardó la prerrogativa de efectuar el nombramiento de obispos y
del propio Papa. Fue un siglo lleno de escándalos, nepotismo, abusos de poder e
incluso de asesinatos de papas.
El año 869 se celebró el cuarto
Concilio de Constantinopla, donde se logró la deposición de Focio, patriarca de
Constantinopla, declarando ilegítima la elección de Focio e instalando
nuevamente en su trono al Patriarca Ignacio. En este mismo concilio se añadió
la frase y del Hijo al Credo original, logrando con ello una ruptura entre la
iglesia romana y la oriental, ya que estos últimos no aceptaban dicha
ampliación al Credo de Nicea.
El problema del cismo resurgió
nuevamente con el patriarca Miguel Cerulario, quien mandó cerrar las iglesias
latinas de Constantinopla y expulsó a los monjes que no quisieron acomodarse al
rito griego. Roma excomulgó al mismo tiempo a Cerulario en el año 1054, y este
cisma prosigue actualmente. Desde entonces existe la Iglesia Católica Romana y
la Iglesia Griega Ortodoxa.
Sin embargo en todo este período
de relajación surge una corriente reformista que empieza a buscar la conversión
de la curia romana y la renovación espiritual de toda la Iglesia. Ello surgió
principalmente de entre los monjes de la Abadía de Cluny, quienes apoyaban al
Papa. Ellos lucharon contra la usurpación de las funciones eclesiásticas por
parte de los laicos, el mal ejemplo de vida de los sacerdotes, y la compra de
cargos religiosos.
En 1059 se promulgó una ley según
la cual el Papa sería elegido solamente por los cardenales. El impulsor de
estas reformas fue el monje Hildebrando, quien después fue elegido Papa con el
nombre de Gregorio VII.
Del siglo XII al siglo XV
Si algo nos permite medir la
distancia que nos separa espiritualmente de la Edad media son las Cruzadas. Aun
cuando el fin era el de la reconquista de los lugares santos en manos de los
árabes, es necesario aplicar una gran reserva, tanto en el elogio como en la
censura de su proceder.
A pesar de que las Cruzadas se
iniciaron en la segunda mitad del siglo XI, su mayor intensidad se cobró en
pleno siglo XII cuando, después de recobrada Jerusalén, Constantinopla cayó en
el año 1203. Pero también en ese mismo siglo el cristianismo volvió a perder
sus territorios y plazas capturadas durante las Cruzadas, ya que 1261 trajo el
fin del imperio latino al caer de nuevo Constantinopla y, de ahí hasta mediada
la segunda mitad del siglo XIV, fueron perdiéndose una por una todas las plazas
arrebatadas a los árabes, hasta llegar a la pérdida de Acre en 1291.
Las causas del fracaso fueron
muchas y muy variadas, pero entre ellas hay que destacar el que los papas y
gobernantes de aquella época infraestimaron con mucho las dificultades de la empresa.
Aun cuando las cruzadas se iniciaron bajo un aspecto puramente religioso, al
prolongarse por más tiempo del previsto los fines perseguidos se desplazaron
del campo religioso al político, desvaneciéndose con ello el interés y la
comprensión de las masas.
Pero si solo enjuiciamos a las
cruzadas por sus derrotas y sus fracasos, obraremos mal. Fruto posiblemente del
último fracaso, la pérdida de Acre, nació la Orden Teutónica, que fue la que
continuó la Cruzada contra los árabes entre los pueblos occidentales que aun
estaban bajo el dominio islámico. Tal es el caso de España, que pasó así de la
reconquista a la conquista.
Pero también dentro de este siglo
se sucedieron los problemas, aciertos, cismas y concordatos dentro de la
Iglesia Católica. Así como en el año de 1123 se puso fin a la lucha por las
investiduras por medio del Concordato de Worms, el año siguiente, 1124, trajo
un nuevo cisma al enfrentarse en Roma las familias Frangipani y Pierleoni. Cada
una de ellas tenía un candidato al papado, y cada una lo eligió como Papa:
Inocencio II y Anacleto II. Al final, actuando como árbitro San Bernardo de
Clairvaux, y después de muchas vicisitudes, Inocencio II fue reconocido como
Papa.
Pero los concilios ecuménicos
prosiguieron. En 1139 en Letrán se condenaron los vicios eclesiásticos, como la
simonía. En 1179, también en Letrán, se dictaron las normas para la elección de
Papa. Igualmente en Letrán, en el último Concilio de la serie celebrada en esa
ciudad, se reguló la creación de nuevas órdenes religiosas, se establecieron
sacramentos y se condenaron herejías. Este último Concilio fue el más brillante
de todas las asambleas de la Edad Media, no sólo por el número de los
asistentes (más de 1,300), sino porque ahí se dictaron los decretos de mayor
trascendencia.
En Letrán se condenaron las
herejías de los albigenses y valdenses, así como las confusas ideas del abad
Joaquín de Fiore. Contra los albigenses se definió la doctrina del sacramento
del altar, la transubstanciación, y se declaró obligatoria la comunión pascual.
La fundación de nuevas órdenes pasó a depender de la Santa Sede.
En 1245 se celebró un nuevo
concilio, el primero en Lyon, en donde se acordó la excomunión para el
emperador Federico II, debido a sus continuas persecuciones contra el papado,
especialmente en contra de la persona de Inocencio IV. Parece ser que momentos
antes de su muerte, Federico II se arrepintió de su actitud y fue absuelto por
Apulio, arzobispo de Palermo.
En 1274 se convocó nuevamente en
Lyon otro concilio, en el transcurso del cual se ordenaron varios sacramentos y
se regularon diversas actividades eclesiásticas.
En 1307, después de lograrse un
consenso entre facciones de obispos leales o no al rey francés Felipe el
Hermoso, subió al papado Bertrando de Got, quien adoptó el nombre de Clemente
V, trasladándose a residir a Aviñón, Francia. Si bien este Papa garantizó al
rey francés su no intromisión en los asuntos terrenales, aquel le exigió la
supresión de la Orden de los Templarios dado que, según el rey, la Orden
practicaba la idolatría y se les atribuían otros crímenes. No obstante el
verdadero afán del rey era el de apropiarse de los muchos bienes templarios y
de no tener que regresarles fuertes sumas de dinero que Felipe el Hermoso
adeudaba al Temple en concepto de préstamos, para lo cual precisaba que el papa
disolviera la Orden.
Finalmente esto ocurrió en el Concilio
de Vienne en 1311 y el Gran Maestre templario, Jacobo de Molay, fue condenado a
morir en la hoguera. Este ha sido desde entonces uno de los mayores escándalos
de toda la historia eclesiástica y un gran error en la memoria de Clemente V,
quien posteriormente se arrepintió de haber accedido a las pretensiones del rey
francés, aún que ello no se supo hasta hace pocos años.
Tanto Jacques de Molay como la
organización templaria fueron posteriormente absueltos por el propio Clemente
V, aunque ya Jacques de Molay ya había fallecido en la hoguera. La doctora
italiana Bárbara Frale encontró a mediados del siglo XX lo que se le ha
denominado el pergamino de Chinon en un monasterio francés del mismo nombre.
Dicho documento contiene la absolución impartida por el Papa Clemente V al
último Gran Maestre de la Orden del Temple, el fraile Jacques de Molay, y a los
demás jefes de la Orden, reconociendo el propio Papa que las confesiones de los
templarios eran falsas, ya que habían sido obtenidas por la Inquisición bajo
tortura.
El Vaticano posee una copia
autenticada del pergamino de Chinon, con la referencia Archivum Arcis Armarium
D218, y también posee el pergamino original con la referencia D217.
La Santa Sede permaneció en
Aviñón durante setenta años, hasta que en 1377 el Papado regresó a Roma, debido
principalmente a los esfuerzos realizados por Santa Catalina de Siena.
Pero Gregorio XI sólo vivió
catorce meses en Roma. A su muerte los cardenales se vieron forzados a elegir
un papa italiano, resultando como tal Urbano VI. Pero ya una vez fuera de
Italia, los cardenales expresaron que habían sido obligados a votar por un papa
italiano, con lo que declararon anulada la votación y procedieron a elegir a
Clemente VII, instalándolo nuevamente en Aviñón. Esta dualidad papal duró
cuarenta años.
Para resolver el cisma hubo una
reunión en Pisa en el año de 1409, en donde se eligió a Alejandro V, pero los
otros dos papas no renunciaron, con lo cual eran ya tres los papas en
funciones. Entonces se celebró el Concilio de Constanza en 1414, convocado por
el Emperador Segismundo, en donde se unificó nuevamente el papado y se eligió
como Papa a Martín V, dándose así por finalizado el gran cisma.
Pero es en esa época cuando surge
con toda su fuerza creadora e innovadora en Renacimiento y el Humanismo,
principalmente desde mediados del siglo VV hasta la mitad del siglo XVI,
produciéndose con ello una serie de cambios sociales y económicos que sin duda
alguna influyeron también en la Iglesia.
Fue una época mercantilista con
un nuevo tráfico mundial, una era de grandes innovaciones técnicas y un
agrandado regreso a la antigüedad clásica, prerrogativa del Humanismo. Fue el
final definitivo de la Edad Media y el ingreso en la Edad Moderna. En todo este
proceso la Iglesia, a pesar de la crisis que representó este tremendo cambio,
salió más pura, brillante y espiritualizada de lo que era al principio.
Desde 1431 hasta 1437 se celebró
el último concilio del siglo XV, el cual se inició en Basilea y continuó
después en Ferrara y en Florencia, tanto por motivos políticos como económicos.
En este Concilio se obtuvo el decisivo triunfo del papado sobre la autoridad de
las asambleas ecuménicas. Fruto de este Concilio fue la posterior y sucesiva
unión con iglesias orientales menores, tales como los armenios (1439),
jacobitas monofisitas de Egipto (1441), jacobitas de Siria oriental (1444) y
con los caldeos nestorianos (1445).
Pero los basileos no quisieron
someterse al éxito de la parte del Concilio de Ferrara y Florencia y se
declararon en cisma, nombrando con ello un antipapa, Félix V. este cisma
finalizó en 1444 al llegar a un acuerdo político Alfonso de Aragón con el Papa
Eugenio IV por el que éste concedía a Alfonso, con carácter hereditario, la
investidura del Reino de Nápoles.
Del siglo XVI al siglo XIX
Ya desde el siglo XV Alemania
había ocupado un lugar preponderante dentro del escenario histórico de la época
y, consecuentemente, dentro también de la historia eclesial. Pero fu en el
siglo XVI cuando incide con más fuerza dentro de estos ambientes con hechos que
marcarán en el futuro una huella indeleble, y que acarrearán diversas
consecuencias.
En el siglo XVI se producen una
serie de cambios en la estructura social y económica que agudizan los problemas
religiosos. Se dan serios conflictos entre el clero y los laicos. Los primeros
oprimían al pueblo, con lo cual éste perdió la confianza en la Iglesia
Católica, e incluso empezó a dudar de sus enseñanzas.
Por ello el 31 de octubre de 1517
un teólogo agustino de la Universidad de Wittenberg, Martín Lutero, colocó en
la puerta de la Iglesia noventa y cinco proposiciones con el fin de abrir un
debate sobre puntos doctrinales, y plantear las reformas que él consideraba
necesarias en la Iglesia. El deseo de Martín Lutero no era el de dividir a la
Iglesia, sino reformarla. En 1519 se mostró abiertamente en contra de las
enseñanzas de la Iglesia Católica, por lo que en 1521 fue excomulgado. Pero el
Emperador Carlos V lo protegió ante la Santa Sede y convirtió el luteranismo en
la religión del estado.
A medida que el luteranismo se
extendía y cobraba fuerza por el norte de Europa, surgieron nuevas figuras que
lo reforzaron, lo asimilaron a su conducta o bien lo tomaron como base para
establecer distintas versiones o sectas. El movimiento protestante había empezado
y no tardó en propagarse. Surgieron Zwinglio y Calvino en Suiza.
En Inglaterra, Enrique VIII, que
al principio había combatido a Lutero, se separó también de Roma por intereses
personales debido a sus múltiples matrimonios. Había nacido la Iglesia Anglicana,
cuya cabeza era el propio rey de Inglaterra. En Estados Unidos se la conoce
como Iglesia Episcopal. Su teología es una mezcla de luteranismo, calvinismo y
catolicismo, aunque su liturgia y estructura eclesiástica es más católica que
protestante.
Entre 1512 y 1517 se celebró el V
Concilio de Letrán en búsqueda de una reforma, aun cuando no dio el resultado
esperado.
Pero sobrevino en este siglo lo
que se denomina la Restauración, a partir de la formación de un estado feudal
de tipo medieval en un estado territorial. Fernando de Aragón e Isabel de
Castilla, llamados los Reyes Católicos, convirtieron España en una gran
potencia mundial, tanto en lo político como en lo militar, propiciando a su vez
el auge religioso. El siglo XVI fue pródigo en figuras religiosas, tanto en
teólogos de renombre como en santos españoles. Entre los primeros cabe destacar
a Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Bartolomé de Medina, Luis Molina y
Francisco Suárez. Dio también escritores ascéticos como Luis de Granada y
Alfonso Rodríguez.
Pero ante todo en aquella época
España fue tierra de santos. Ignacio de Loyola (1556), Francisco Javier (1552),
Teresa de Jesús (1582), Juan de la Cruz (1591), Pedro de Alcántara (1562),
Pascual Bailón (1592), Tomás de Villanueva (1555), Francisco de Borja (1572) y
Juan de Ávila (1569).
Sin embargo aquella fue también
una época difícil en cuanto a las relaciones entre el catolicismo español y
algunas comunidades, especialmente la comunidad judía, debido a las
conversiones judeocristianas, unas reales y otras ficticias, ya que estos
últimos seguían con sus ritos tradicionales judíos a espaldas de la Iglesia
Católica.
El dominico sevillano Alonso de
Ojeda convenció a finales del siglo XV a la reina Isabel, durante la estancia
de ésta en Sevilla entre 1477 y 1478, acerca de la existencia de prácticas
judaizantes entre los conversos andaluces. Para descubrir y acabar con los
falsos conversos, los reyes Católicos decidieron que se introdujera la
Inquisición en Castilla, pidiendo para ello al Papa su consentimiento. El 1 de
noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula Exigit sinceras devotionis
affectus por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de
Castilla, y según la cual el nombramiento de los inquisidores era competencia
exclusiva de los monarcas, aun cuando todos deberían pertenecer a la Orden
dominica.
El 17 de octubre de 1483 el mismo
Papa nombró Inquisidor General a Tomás de Torquemada, con lo cual la
Inquisición se convirtió en la única institución con autoridad en todos los
reinos de la monarquía española, y en un útil mecanismo para servir en todos
ellos a los intereses de la Corona.
La Inquisición fu definitivamente
abolida el 15 de julio de 1834 mediante un Real Decreto firmado por la regente
María Cristina de Borbón, durante la minoría de edad de Isabel II, y con el
visto bueno del Presidente del Consejo de Ministros, Francisco Martínez de la
Rosa.
La Inquisición, cuyo título real
era la Santa Inquisición, resultó ser una mancha negra en la historia española,
con sus casi cuatro siglos de existencia.
Entre 1545 y 1563 se reunió la
Iglesia en el Concilio Ecuménico de Trento, convocado por el Papa Pablo III. En
este Concilio se delimitó el nuevo estilo de la Iglesia con la reforma y la
contrarreforma. Entre otros temas, en Trento se decidió la doctrina católica
sobre los sacramentos en general y sobre el bautismo en particular; se promulgó
el decreto sobre la doctrina del pecado original y sobre el canon de la Sagrada
Escritura; se aprobaron decretos dogmáticos sobre la Eucaristía y el sacramento
de la penitencia. El Concilio de Trento finalizó bajo el papado de Pío IV y en
él se promulgó el decreto de la comunión bajo las dos especies, el decreto
dogmático sobre el sacrificio de la Misa y la celebración del culto, así como decretos
sobre el orden sagrado y la fundación de seminarios.
El Concilio de Trento aportó
claridad y limpieza a la vida religiosa, pero jamás infundió un nuevo espíritu
a ese modo de vida.
La Guerra de los Treinta Años
influyó decisivamente en los cambios políticos que se dieron en Europa en el
siglo XVII y principios del XVIII. Quizás la principal influencia fue el auge
del catolicismo en Francia, mientras que menguaba en España. En esa época las
principales figuras políticas fueron cardenales, como es el caso de Klesl
(canciller del Emperador Matías de Alemania), Nidhard (ministro de Felipe IV de
España), Alberoni (ministro con Felipe V de España), Mazarino (bajo Luis XIV en
Francia) y, con toda probabilidad el más famoso por su poder absoluto durante
el reinado de Luis XIII de Francia, el Cardenal Richelieu. Ya antes en España,
en el transcurso del reinado de los Reyes Católicos a finales del siglo XV y
principios del XVI, había tenido preponderancia política el Cardenal Cisneros.
Fue por esa época cuando se
declaró la guerra contra los jesuitas. Empezó en 1759 en Portugal,
extendiéndose luego por Francia en 1764, España e Italia en 1767. Los jesuitas
fueron expulsados de todos estos países por oponerse a la voluntad de los
gobernantes acerca de que fuese el propio rey quien nombrara obispos y
cardenales. Increíblemente el Papa Clemente XIV, influido por esos gobernantes,
suprimió de la Iglesia la Compañía de Jesús el 21 de julio de 1773.
Pero con el fin del siglo XVIII
terminaba también la época barroca, que se había iniciado en el 1605. A partir
de la revolución francesa de 1789 empezaron a desmoronarse muchas monarquías,
incluido el reino terrenal del Papa. En esta época del liberalismo el Papa Pío
VI fue encarcelado, se destruyeron conventos y catedrales, se confiscaron los
bienes de la Iglesia y se persiguió y asesinó a sacerdotes y religiosos. Esta
purificación dolorosa marcó parte del siglo XIX, pero permitió también un
renacer de la verdadera vida cristiana al quedar la Iglesia libre de la
esclavitud de los reyes y de los estados. Al fin, en 1814, el Papa Pío VII
devolvía la legalidad a la Compañía de Jesús.
El 8 de diciembre de 1869 el Papa
Pío IX convocó el primer concilio ecuménico en el Vaticano, el Concilio
Vaticano I. En él se definió la primacía universal del Papa y la infalibilidad
de su magisterio en casos concretos y limitados.
En el terreno político, en el
siglo XX se repitió el mismo juego: en cuanto subía al poder un gobierno
radicalmente liberal se confiscaban los bienes de la Iglesia, se expulsaba a
los religiosos y se limitaba la libertad de enseñanza. Si luego subía un
gobierno más moderado, la Santa Sede, a cambio generalmente de algunas
concesiones, concluye un concordato que luego viene a ser conculcado por el
próximo gobierno liberal. Y así sucesivamente.
Del siglo XX a la Actualidad
La época que va desde 1914, fecha
del comienzo de la Primera Guerra Mundial, hasta el final de siglo, es
demasiado corta para que pueda ser considerada como un período histórico con
sustantividad propia, pero sí puede constituir la introducción a un nuevo
período.
A pesar de que Europa ha perdido
su papel conductor del mundo y el orden mundial se ha alterado sustancialmente,
la Iglesia Católica es el único organismo social en todo el mundo que ha
quedado inalterado.
El siglo XX ha estado plagado de
persecuciones y matanzas masivas. La de los armenios (1908-1918), en México
(1915-1934), en España (1931-1939), y siguió hasta fines de siglo en países
latinoamericanos, como en el caso de Nicaragua, Cuba y El Salvador; países
asiáticos como China, Vietnam y Corea; e incluso en Europa, como es el caso de
Yugoeslavia. Pero hay que hacer una mención especial a las persecuciones
decretadas por el nacionalsocialismo por medio de Hitler a partir de 1933 en la
Alemania nazi contra judíos, jesuitas y masones, donde además se incitaba
abiertamente a la gente a separarse de la Iglesia, a menudo ejerciendo una
intensa presión moral.
Asimismo hay que mencionar el
nacimiento del comunismo en Rusia en 1918 y las persecuciones religiosas que
ello motivó al declararse oficialmente ateo el nuevo régimen ruso, práctica
empleada también por Fidel Castro al implantar el socialismo de corte comunista
en Cuba, lo cual propició también una tenaz persecución religiosa.
El Papa Pío XI promulgó casi al
mismo tiempo dos encíclicas, la primera condenando el nacionalsocialismo (1937)
y al año siguiente otra dirigida contra el comunismo (1938). A esto se unió Pío
XII en una alocución radiofónica en 1952 condenando el comunismo chino
implantado por Mao-Tse-Tung, y alertando sobre las consecuencias que estas
persecuciones religiosas llevarían consigo.
Pero la Iglesia Católica cobró
nuevas y decisivas orientaciones en la década de los sesenta a raíz de la
ascensión al papado por parte de Juan XXIII, para quien lo urgente a afrontar
no eran tanto los problemas políticos, sino los pastorales. Fueron años de gran
vitalidad intraeclesial, pero también de fuertes tensiones surgidas
principalmente al enfrentar el reto del proceso de secularización de la Iglesia
Católica.
Juan XXIII convocó e inauguró en
1962 el Concilio Vaticano II, que fue clausurado en 1965 por su sucesor a la
muerte de éste, el Papa Pablo VI. En este Concilio, el último de la historia hasta
el día de hoy, se recuperaron las ideas del primer milenio y se reinauguró el
capítulo de la vida conciliar de la Iglesia. La totalidad de las cuestiones
tratadas en dicho Concilio pueden dividirse en tres grandes grupos: la idea
fundamental que la Iglesia tiene de sí misma, la vida interna de la Iglesia y
la misión externa de la Iglesia.
Fruto del Concilio Vaticano II
fue la constitución sobre la liturgia, la constitución dogmática sobre la
Iglesia y sobre la revelación divina, los documentos sobre libertad religiosa y
las religiones no cristianas, el sacerdocio ministerial, la evangelización en
el mundo, la catequesis, la penitencia y reconciliación y, por último, el tema
de la familia cristiana en toda su amplitud.
El Concilio Vaticano II cambió
trascendentalmente la fisonomía de la Iglesia Católica y la convirtió en más
participativa al integrar a los laicos en su tarea evangelizadora.
Después del corto papado de Juan
Pablo I, quien falleció a los treinta días de haber sido elegido Papa, surgió
el papado de Karol Józef Wojtyla, más conocido como Juan Pablo II, quien fungió
como Papa de la Iglesia Católica entre 1978 y 2005.
Juan Pablo II se convirtió en el
primer papa polaco en la historia, y en uno de los pocos que en los últimos
siglos no habían nacido en Italia. Su pontificado de 26 años ha sido el tercero
más largo en la historia de la Iglesia Católica, después del de San Pedro, que
duró alrededor de 36 años, y el de Pío IX, con 31 años de duración.
Juan Pablo II ha sido reconocido
como uno de los líderes más influyentes del siglo XX, recordándosele
especialmente por haber sido uno de los principales símbolos del anticomunismo
y por su lucha contra la expansión del marxismo, así como por la significativa
mejora de las relaciones de la Iglesia católica con el judaísmo, el islam, la
Iglesia Ortodoxa oriental y la Iglesia Anglicana.
Durante el papado de Juan Pablo
II surgió en el seno de la Iglesia una nueva corriente teológica en
Latinoamérica, la Teología de la Liberación. Sus iniciadores y miembros destacados
fueron los sacerdotes Gustavo Gutiérrez Merino (peruano), Leonardo Boff
(brasileño), Camilo Torres Restrepo (sacerdote guerrillero colombiano) y Manuel
Pérez Martínez (español). Uno de los máximos exponentes de esta teología, el
jesuita Ignacio Ellacuría, murió asesinado en El Salvador, al igual que el
Padre Múgica.
Las ideas fundamentales de la
teología de la Liberación se basaban en la opción preferencial por los pobres y
en eliminar la explotación, la pobreza y la injusticia humana. A la vista de
dichos planteamientos, el Papa Juan Pablo II solicitó a la Congregación para la
Doctrina de la Fe dos estudios sobre dicho movimiento, uno en 1984 y otro en
1986. En dichos documentos se argumentaba básicamente que a pesar del
compromiso radical de la Iglesia Católica por los pobres, la disposición de la
Teología de la Liberación era la de aceptar postulados de origen y carácter
marxista, por lo cual el Vaticano no autorizó su funcionamiento, quedando por
lo tanto este movimiento excluido del seno de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II falleció el
2 de abril del 2005 y sus últimas palabras fueron en polaco, su idioma natal:
"Pozwólcie mi isé do domu Ojca", que en español significa:
"Déjenme ir a la casa de mi Padre". Juan Pablo II hablaba correctamente
italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata,
esperanto, griego antiguo y latín, además de su lengua natal, el polaco. Tras
el fallecimiento de Juan Pablo II, por los cardenales que votaron en el
cónclave, resulta elegido Benedicto XVI el 19 de abril de 2005; el 28 de
febrero de 2013 se retiró y asumió el título de papa emérito, con la intención
de dedicarse a la oración y el retiro espiritual.
El 13 de marzo de 2013, el
cónclave que se celebró tras la renuncia de Benedicto XVI eligió como papa a
Jorge Mario Bergoglio, quien manifestó su voluntad de ser conocido como
'Francisco' en honor del santo de Asís. Bergoglio es el primer papa jesuita y
el primero proveniente del Hemisferio sur. Es el primer pontífice originario de
América, el primero hispanoamericano y el primero no europeo desde el sirio
Gregorio III —fallecido en 741
La Iglesia del final del siglo XX
y de principios del siglo XXI nos deja la imagen de la voluntad del Apóstol
Pablo: predicar la fe cristiana en todo el mundo y mostrar el camino de la
salvación al mayor número posible de personas. Esta Iglesia actual está ocupada
en llevar a la práctica el mandato del Señor: "Id y enseñad a todas las
gentes, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo".
Para conocer mas acerca de nuestra iglesia consulta estos enlaces:
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