sábado, 18 de octubre de 2014

Domingo XIX del T.Ordinario 19 de Octubre de 2014

DAD AL CESAR LO QUE DEL CESAR Y 
A DIOS LO QUE ES DE DIOS
(Residentes en una Patria Extranjera, ciudadanos del Cielo)

La interpretación que se ha hecho a veces de Mt 22,21 es que la Iglesia no debería "inmiscuirse en política", sino solamente ocuparse del culto. Pero esta interpretación es totalmente falsa, porque ocuparse de Dios no es sólo ocuparse del culto, sino preocuparse por la justicia, y por los hombres, que son los hijos de Dios. Pretender que la Iglesia permanezca en las sacristías, que se haga la sorda, la ciega y la muda ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo, es quitar a Dios lo que es de Dios. «La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía» (Benedicto XVI).

Y de esta manera, da a sus interlocutores una gran lección. Jesús no entra aquí en cuestiones políticas; él no ha venido a dar recetas mundanas a la gente, porque su Reino no es de este mundo y su fuerza no está en el poder. él es un rey diferente. De manera muy clara les enseña que el César y Dios no están al mismo nivel: Dios siempre será Dios, y siempre estará por encima de poderes humanos.

Isaias 45,1.4-6
Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay Dios”

En la primera lectura encontramos tres veces la frase “no hay otro…”. Esta es una de las expresiones más frecuentes en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, en los que Dios se proclama como único merecedor de adoración. Los monarcas de los grandes imperios de la antigüedad eran adorados como dioses. Frente a la mentalidad que diviniza a los soberanos de la tierra, los textos bíblicos proclaman de muchas  formas que Dios es el único Señor. Esto es lo que expresa el Salmo 96 (95), que aclama su gloria y su  poder y dice que en comparación con Él “los dioses de otros pueblos no son nada”.


1 Tesalonicenses 1,1-5b
Las "Virtudes Teologales" para hacer frente a los poderes del mundo. 

La primera carta de san Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, a quienes el  mismo apóstol les había proclamado la Buena Nueva de Cristo en su primer viaje misionero, es el  primer escrito que ha llegado hasta nosotros de entre todos los que componen el llamado “Nuevo Testamento”. Es muy significativo que aparezcan mencionadas las tres virtudes teologales, es decir, las que corresponden directamente al reconocimiento de Dios como tal: fe, esperanza y caridad. Como lo indica  Pablo, se trata de una fe activa, una esperanza que implica afrontar con paciencia las dificultades, y una caridad que supone la disposición de servicio a los demás desde el reconocimiento de todos como hijos e hijas de Dios.


Mateo 22,15 - 21.
 “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

Esta frase de Jesús indica la existencia de dos planos: el de la relación con los poderes terrenos del  Estado y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No en términos de dos planos necesariamente opuestos, pero sí en cuanto son distintos y no deben confundirse, como ha ocurrido con frecuencia y sigue sucediendo en todos los fundamentalismos, tanto políticos como religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes. Pero esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí tiene que ver, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia social que la misma fe exige. Los cristianos y en general los creyentes en Dios que se han negado y se siguen negando a la divinización de los poderes terrenos y a todas sus formas de tiranía, al hacerlo tomaron y toman posiciones políticas en el sentido más amplio de la palabra: el de la coherencia entre creer en Dios y practicar la justicia que esta fe implica, desde el reconocimiento de todos los seres humanos como hijos suyos, con su dignidad y sus derechos.

Contra las pretensiones tiránicas o totalitarias de cualquier soberanía terrena, Jesús proclamó el Reino de Dios. No como un imperio que suplante a las autoridades terrenas, pues como Él lo dijo también, su Reino no es de este mundo, y como él mismo lo mostró en la práctica, nunca cedió a la tentación del mesianismo político haciéndose o dejándose proclamar rey. Pero sí como el reconocimiento eficaz de la soberanía absoluta de Dios -que es la soberanía del amor, porque Dios es Amor- frente a toda pretensión de tiranía por parte de los poderes terrenales.


Por eso sólo a Dios debe darle el hombre la primacía. En nuestra propia vida, ¿qué criterios son los que nos guían? ¿Seguimos al verdadero Dios? ¿O a pequeños dioses mundanos, que no dan plenitud a nuestra vida? Pensemos en esta semana. ¡Feliz domingo a todos!

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